sábado, 30 de enero de 2016

Punto de partida

Tengo una mujer vagando desnuda por mi cuerpo. Entró por los ojos y no tardó en hacer una hoguera en mi cabeza. Se ha instalado en mi garganta como señal de protesta, quiere un grito de guerra que haga temblar su pecho, un grito que le haga alzar el puño, para poco a poco, acabar bajando uno a uno los escalones de mis costillas. Se ha colado a soplar en mis pulmones y ha plantado un jardín de girasoles que hace girar iluminándolos a su paso. Se cuela justo al lado de mi corazón y se abraza a él a escucharlo latir, a oír el metrónomo de mis pulsaciones vibrando sobre sus pies descalzos, a sentir como su tristeza marca el tempo de la felicidad. Cuando me nota inquieto, se desliza por el interior hasta mi ombligo, asomando la cabeza para sonreírme desde abajo. Me esquiva introduciéndose de nuevo, bajando por mis piernas hasta hacerlas vibrar mordiendo cada uno de mis músculos. Eriza mi vello acariciándome desde dentro y dibuja pinturas rupestres con las yemas de los dedos que siempre acaban con la firma de sus labios. A veces, cuando hace calor, sale al exterior a mecerse en mis manos, se acurruca en mi palma y me pide que la arrope con mis dedos. Al llegar la noche, vuelve a entrar sin pedir permiso por mis labios, revoloteando por mi lengua mientras lee el braille de mis papilas gustativas. Escala por mi cabeza, me susurra muy bajito al oído para hacerme sonreír y se sienta cómodamente, colgando sus piernas en mis ojeras, en el marrón de mis ojos para terminar de sentir la oscuridad juntos.

Tengo una mujer vagando desnuda por mi cuerpo. Entró por los ojos y no tardó en hacer una hoguera en mi cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario