cuando sucede la dosis de injusticias diaria.
Ya no me calma dormir,
tampoco fumar.
Ni siquiera el recuerdo de mi madre
acariciando tiernamente la cara a mi abuela
consigue que cierre los ojos
y logre encontrarme.
Creo que me quedan pocas razones que susurrar
para convencerme de que no te echo de menos.