lunes, 3 de octubre de 2022

Suerte

Solía pensar en ella cuando tenía una duda. Por lo general, siempre he sido una persona con las cosas claras. Eso provoca, por virtud o por castigo, que aunque pregunte sobre una cuestión en la que se presenta una posibilidad de elegir, yo ya sé la respuesta. No atiendo a contestaciones razonadas, aunque sean tan lógicas como un camino de arena fina. 

Me he encontrado con gente que incluso lo ha apuntado como un reproche.

—¿Por qué me preguntas algo? ¡Si ya sabes lo que vas a hacer!

Yo suelo responder que esperaba una contestación que me hiciese cambiar de opinión. Por lo general, escojo la opción más rocambolesca de todas. Eso provoca que a veces me cuestione decisiones y necesite encontrar razones para no hacer determinadas cosas. Aunque eso suponga la contradicción de saber ya la respuesta antes de abrir interrogación.

El día que te conocí yo tenía de todo menos certezas. Recuerdo verte al otro lado de la habitación, con unos ojos marrones casi negros que podían hacerte rezar un ave María. Un pelo oscuro también casi negro fuerte, denso y largo hasta más de mitad de espalda. Nos miramos y recuerdo la ternura de lo que no decías grabada en la piel. Aún me siento afortunado de encontrarme en el lugar y en el momento adecuados. Nos conocimos y nos enamoramos tan rápido como crecen las legumbres en un vaso de yogur húmedo por una servilleta.

Pronto llegó la cotidianidad y con ella los menesteres del otoño. Nos besamos y nos acurrucamos como las hojas de los árboles caen sobre el suelo húmedo. Con más deseo que piedad, nos mirábamos y encontrábamos una excusa en cada gesto para decir que nos queríamos. Casi sin querer, íbamos tejiendo un amor tan cálido como una bufanda de punto tejida por una abuela bajo una mesa con estufa debajo. Sabíamos lo que sentíamos y, por suerte, no hacía falta recordárnoslo. En definitiva, eran buenos tiempos.

—Aún sigo esperando la carta que escribimos hace cuatro años.

Luego llegaron las idas, las venidas y ciertos asuntos de los que nunca me he sentido orgulloso. Podé todas las flores del patio y proclamé a los cuatro vientos el fin del verano. Lo siento.

Tengo guardadas todas las colecciones y, aún recuerdo aquel día que dormiste en mi casa cuando llegamos de las fiestas del partido. He de reconocer que nunca me he sentido más en casa que contigo. Nunca he sido tan feliz ni he querido tanto. Supongo que es por eso por lo que me cuesta tanto perdonarme. 

Gracias por los cucuruchos de cariño en hora punta. Me haría falta una novela para contar nuestra historia. Desde que te conozco, tu opinión y tu respuesta siempre ha condicionado, al contrario que tantas otras veces me ha ocurrido. Tengo guardada cada respuesta e intento pensarte de vez en cuando para salvaguardarme de perder los recuerdos. 

Espero que los comienzos, como siempre, lleven la virtud de un empujón y no el lastre de la incertidumbre.