Nunca quise irme. Mis fantasmas han vuelto pero tú ya no estás para correr las cortinas y pedirles que se vayan. Estoy aprendiendo a vivir con ellos, a asumir la constante ausencia de calor mientras comparto línea horizontal con el suelo de mi habitación. Nunca quise marcharme: ahora lo sé. He vuelto a subir las escaleras pensando en ti, y al girarme para buscar, tú no estabas para mirarme. Supongo que ya no puedo mirar atrás si lo que quiero es encontrarte.
Eso sí: tampoco quise quedarme. La lengua que recorría tu vientre temblaba por miedo a cortarse. Lloré mi perdida, ahora lo sé. Llegué a perderme y temí a no poder volver, a quedarme inerte mirando al techo mientras las agujas corrían como si fuesen a llegar a ninguna parte.
Ahora lo sé: nunca quise irme. Tampoco quise quedarme.
Me he dedicado a memorizar instantes. He decidido apartarme y aprender. Mis fantasmas me ayudan, me empujan y no me dejan volver de donde quise marcharme. Tal vez jamás me perdone. Pero quedándome nunca iba a perdonarme.
Día 18.
Ahora lo sé.
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