viernes, 16 de diciembre de 2016

Delirios

Aquella mañana en la estación de Avenida América algo de mí se fue para no volver nunca. La niebla azotaba los tejados de Madrid y el cielo prometía lluvia antes de llegar a Barcelona. Poco o nada queda de aquel crío de dieciocho años que esperó llorando en el banco de las dársenas antes de subir solo al autobús. En el fondo ya sabía que no vendría, que partiría solo rumbo al mar y todos mis demonios quedarían atrapados en aquella ciudad que ahora es una especie de refugio, una guarida. Supongo que esa es la trampa. Nos ilusionamos con la magia de una historia y luego nos sorprende la facilidad con la que todo acaba reducido a un simple truco: No existen distintos desarrollos, sólo interpretaciones diferentes. Pero eso apenas era el principio. Y no tengo muy claro si soy capaz de vislumbrar el final.

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