viernes, 9 de diciembre de 2022

Día 4

Ahora que sé que me lees, vengo a contarte que la cama articula las virtudes del amor.

Pues no se ama igual en una cama grande que en una 90. Hay quien pone por encima la comodidad del espacio. Pero no es lo mismo encontrar la doblez de una sábana en lugar de tu cuerpo al estirar la pierna. Las camas pequeñas agudizan el ingenio del amor: "dónde coloco este brazo para quererte más y molestarte menos", o "qué cerca estás voy a aprovechar para besarte y decirte que te quiero". No creo en las camas grandes para quererse, al igual que tampoco creo a quien vende como buena decisión el dormir en camas separadas. Las camas pequeñas provocan conversaciones a las cinco de la mañana y propician la cercanía de los cuerpos.

Las camas también fomentan la cotidianidad. Quiero verte desde mi cama. Quiero ver como caminas durante los primeros minutos del día, ver cuál es tu gesto más primitivo cuando ni siquiera has aterrizado en tu cuerpo sin que tengas la certeza de que te miro. Las camas son una rendija desde la que observar con mirada cómplice, pues también es hermoso mirar hacia la cama y verte observando el mundo desde un lugar más cómodo. La cama es emisor y receptor, pero también mensaje.

Por ello es importante mantener el buen estado de la cama. Tender las sábanas, hacer crujir el somier, crear cotidianidad en el colchón. Quiero que desees el llegar a la cama, pues eso significa que terminamos el día y los quehaceres de la rutina y mutamos a nuestra forma más primitiva, donde sustituimos las palabras por gemidos; las explicaciones por gruñidos y las preguntas por miradas. Es vital el buen estado de la misma, pues la cama también debe ser refugio ante enfermedad o catástrofe. Nadie prefiere llorar en el pasillo en lugar de en la cama. Y si lo hace, es porque no es una buena cama.

Has pasado dos días en mi cama y deseo que vuelvas cuanto antes. No creo en el amor sin cama. Todo aquel que ame, debería tener (al menos) una. Y a mí me gustaría que estuvieses en la mía.

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